Se estaba convirtiendo en una locura clavarse cada día junto al buzón de la C/ Santa María con la absurda esperanza de ver pasar al hijo del dueño del supermercado que había 10 metros más hacia allá. El chaval llegaría, seguro, a una hora distinta cada día para llevarse el dinero de la caja. Estaba claro que no podía permanecer todo el día allí, tenía cosas que hacer y si había de ser sincero tal vez se quedara como un gato de yeso porque era la primera vez que iba a robar a alguien y se sentía fatal...pero necesitaba el dinero. Lo necesitaba como se necesita despertarse por las mañanas. Sólo quería cometer un robo y lo que le habían pedido tampoco era tanto, si tenía suerte sólo tendría que hacerlo una vez.
Como pasaba tanto tiempo allí, de vez en cuando se sentaba al lado de un hombre mayor que había en el banco de al lado del buzón, portador de una gorra lila y una barba con mucha personalidad., y al principio todo eran malas caras. Seguramente ese hombre pensaba para sus adentros que a él la suerte no le había sonreído pero es que al chaval menos aún, por la cara que Dios le había dado, y es que era feo, feo y porque parecía que le faltaba un hervor. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que lo que pretendía era robar al dueño del supermercado de enfrente, así que aprovechando la situación había llegado a un acuerdo con el tendero y cada vez que el chaval se iba desolado a su casa o a donde quiera que se fuese el hombre se iba para el supermercado, les avisaba, el hijo venía, se llevaba el dinero y a cambio el recibía un lote de productos de comida...
Cuanto inocente hay por el mundo....y que feos...
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